Aventura por el Amazonas

Saturday, November 18, 2006



Un río frontera. Day One


Navegar por el Amazonas es como hacerlo por una autopista. En vez de camiones y coches circulan embarcaciones y canoas, comerciantes, familias que se desplazan a comprar víveres a "grandes poblaciones" de la ribera amazónica como Leticia, Tabatinga o Puerto Alegría, en Colombia, Brasil y Perú respectivamente. Es un río sin fronteras que hace de frontera entre estos países. No existe aduana. Nadie te va a pedir documentación por entrar o salir de un país u otro a través del río. En todo momento eres ilegal. Pero allí éso es lo legal.

2 de Noviembre. I Viaje por tierras colombianas. Destino Amazonas, pulmón del mundo. Integrantes de la expedición: los intrépidos Sole, Carmen, Manu, Diego, Alfonso y yo.

En un vuelo de linea regular de Aero República Bogotá-Leticia, ùnico medio por el cual se puede llegar hasta allí. Cerca de 2 horas para llegar a nuestro destino, Leticia, capital del departamento de Amazonas. En tiempos una ciudad peligrosa por ser un tesoro del narcotráfico. A poco de aterrizar las vistas desde el avión son espectaculares, kilómetros y kilómetros de selva son solo cortados por el majestuoso Amazonas y sus afluentes. Una vez en tierra nuestro guía Juan, todo un especialista amazónico, nos esperaba para llevarnos hasta el puerto de Leticia. Nos subimos a una embarcación y partimos rumbo a la reserva natural de Marasha en Perú. Allí estábamos. En medio del inmenso Amazonas. Todos sabíamos hacia donde nos dirigíamos, la selva. Pero ninguno sabíamos lo que nos esperaba.

En mitad del trayecto nos cayó un aguacero que casi volcamos, exagerando un poco. Hicimos parada en la Isla de los Micos. Nuestra misión allí era dar de comer unos bananos a un buen número de Micos (monos). Unos silbiditos y en apenas unos minutos trepando por los árboles un grupo de ellos se acercó hasta donde estábamos. Estirabas el brazo y ahí tenías al Miquito comiéndose el platanito, qué bonito! juju. Soy todo un poeta.

Arribamos a la reserva natural de Marasha, nos recibía otro guía para llevarnos hasta el lago que daba nombre a la espacio natural. Según nos bajamos de la barca me acerqué a echar un regao en un árbol, cuando una pedazo de serpiente Cazadora me observaba justo desde el hueco al que yo quería apuntar, jaja! qué acojone!, solo de imaginarme un mordisco de ese bicho en ese lugar....puuufff!

Después de casi una hora de camino selvática, otro bicho nos recibía, un chihuiro, el roedor más grande del mundo que puede pesar hasta 60 kilos, llamada Brenda. Imaginaos una rata de 60 kilos, y con especial predilección por los hombres, qué bonita ella! La reserva consiste en una serie de chozas de madera, mosquiteras en vez de ventanas, como todas las casitas en la selva, que forman un pequeño complejo donde dan alojamiento a turistas como nosotros. Nos cuentan
que lo construyeron teniendo que completar ese trayecto que acabábamos de hacer, ya que era el único camino posible hasta allí, madera a madera, sin ayuda de ningún animal como medio de transporte. La verdad, un paraíso.

Nos prepararon unas cañas de lo más rústicas (un bambú con un par de metros de sedal atado a la punta) , un poco de pollo troceado y nos pusimos a pescar pirañas, o intentarlo, jeje. Alfonso se llevó la competición sacando 4 pirañas, que luego cenaríamos. Todo un manjar.

Una vez se hizo de noche, Juan nos citó para salir a buscar caimanes por el lago, montados en una canoa. Preparados con nuestras linternas de minero, nos echamos al agua. El método era simple, alumbrar con la linterna hacia las orillas del lago, y cuando brillaban 2 puntos es que allí había uno camuflado. Pasaba el rato y no veíamos nada. Solo oíamos. Los sonidos de la selva. Imposible encontrar silencio en la selva. Como una orquesta perfectamente entrenada y compenetrada se mezclaban los ruidos de sapos, grillos, micos, aves nocturnas, y quién sabe la cantidad de especies que ni se me ocurren podían estar unidos a ese griterío. Pero a lo que íbamos, los caimanes, no se dejaban ver. Había luna llena, y eso no ayudaba. Para localizar a estos animales, cuanta más oscuridad, mejor. Cuando ya todos tiramos la toalla y no confiábamos en ver uno, el guía empezó a hacer señas a Juan que iba en popa remando para que se dirigiera hacia donde apuntaba con su linterna. Era uno. Nos acercamos hacia él, mientras el guía sacaba medio cuerpo por la proa de la canoa apuntando siempre con su linterna, para apresarlo con una mano. Pero parece que se había movido. De repente, un movimiento en la orilla y el sonido de algo realmente grande arrojándose al agua. Os puede asegurar que era un bicho muy grande, más que una persona, porque el ruido que hizo éso al caer al agua no fue normal. Ninguno lo vimos. El guía se confundió, pensaba que era uno pequeño, que son los que capturan. Si mete la mano ahí, se lo come entero.

A las 9 apagaban el generador, fuera luces y a dormir. Pero acompañado. Acompañado por la banda musical de los bichos de la selva, que debería sonar en los 40 principales. Mañana tocaba madrugar para partir hacia Heliconia, en Brasil...sólo había pasado un día y ya me sentía satisfecho.


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